San Lucas 10: 38-42
Jesús siguió su camino y llegó a una aldea,
donde una mujer llamada Marta lo hospedó. Marta tenía una hermana llamada
María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía. Pero
Marta, que estaba atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le
dijo: —Señor, ¿no te preocupa nada que mi hermana me deje sola con todo el
trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: —Marta, Marta, estás
preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero sólo una cosa es
necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va a quitar.
Hace cuatro semanas yo llevé peregrinos a
Grecia y a Turquía en los pasos de apóstol San Pablo. Después la visita a las ruinas de Éfeso,
nuestra guía nos llevó al que supuestamente era un centro cultural. Un hombre nos explicó el arte de la alfombra turca
mientras mujeres la nos demostraban como hacerlas. Entonces, él nos llevó a una sala del
edificio y ofreció té de manzana, vino, Raki (un alcohol de Turquía), y comida. Mientras nosotros comíamos y bebíamos, sus
compañeros nos mostraron muchas alfombras.
Finalmente, el hombre nos las trató vender.
Tarde yo hablé con el hombre. En realidad no era un centro cultural pero un
negocio familiar. Todo era simplemente
una mercadotecnia para vendernos alfombras.
La hospitalidad de este hombre no era sincera. Jesús revela en el evangelio la importancia
de la hospitalidad verdadera.
Hospitalidad simplemente es cuidar de otros en el alma y el cuerpo.
En el evangelio hoy, Jesús visita a Marta
y a María. María se sienta a los pies de
Jesús mientras Marta está “atareada con sus muchos quehaceres.” Frecuentemente las personas creen que esta
lectura dice que la vida contemplativa es superior a la vida activa, pero Jesús
no lo dice. De hecho, en la historia del
buen samaritano, que está inmediatamente antes de la lectura de Marta y María,
Jesús elogia al samaritano porque él ayuda el damnificado de los robos, cuando
el sacerdote y el levita lo evitan y no hacen nada. Entonces, ¿cómo podemos entender Marta y
María? La llave, según el erudito Alan
Culpepper, está en la parábola del sembrador.[1] Jesús explica la metáfora de la semilla
diciendo, “la semilla que cayó entre los espinos, éstos son los que han oído
(la palabra de Dios), y al continuar su camino son ahogados por las
preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y su fruto no madura”
(Lucas 8:14 LBA). Marta está ahogándose
por sus preocupaciones. Su problema no
es dar la bienvenida pero sus preocupaciones.
María ha elegido la mejor parte.
Ella no está distraída por los cuidados mundanos. Ella se enfoca a la palabra de Jesús.
María es un ejemplo de la
hospitalidad verdadera. Ella atiende al
alma, al espíritu. Normalmente en los
Estados Unidos las personas creen que las necesidades del cuerpo son las más
importantes. Es verdad que ellas son esenciales. Nosotros lo vimos en la escritura. El buen samaritano es el ejemplo. Él cuida al cuerpo del damnificado. Sin embargo las necesidades físicas no son
todo. Santiago dice, “Así como el cuerpo
sin el espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta” (2:26
LBA). El cuerpo y el espíritu. La fe y las obras. Ambos son necesarios.
Hace siete años yo participé en una
misión a las montañas de Kentucky. Mi
equipo reparó una casa móvil, donde una mujer con problemas de sobrepeso y discapacitada
vivía. Nosotros construimos una base
para aislar la vivienda del frío y hacer la casa más caliente durante el
invierno. Todos en el equipo trabajaron
duro excepto un perezoso chico. Su padre
que era un miembro del equipo constantemente trató de hacerlo trabajar sin
éxito. Al final de la semana nosotros discutimos
el trabajo con la mujer. Ella apreció
nuestros esfuerzos reparar su casa pero ella apreció más el joven perezoso. Él platicó más con ella desde que él no
estaba trabajando. La dueña quería que
él quedara con ella.
La hospitalidad toma muchas formas. Como puede dar la bienvenida en tu casa, pero
también puede hacer algo amable para otro ser.
Un vecino de mi esposa y mío murió hace ocho meses. Desde que mi esposa y yo hemos visitado la
viuda para dar pequeños regalos y platicar con ella. Ella nos escribió una carta que decía, “¡De
visitas, mantillas de oración, y oraciones!
¡Por flores, comida, y chocolates – ustedes han hecho todo!” Pero también la hospitalidad puede ser una
palabra amable. Nora Hernández dijo en
un artículo en La Conexión sobre el
poder de las palabras, “La lengua es el órgano que le brinda la oportunidad de
cambiar vidas mediante enseñanzas, consejos, palabras de aliento y consuelo.”[2]
Quizás lo más importante sea
simplemente escuchar a otra persona. Yo
visite a mi padre hace dos meses. Él
tiene 90 años y algunos problemas físicos.
Al final de la visita él dijo, “Tú me escuchas.” San
Benito Lujan dice en el prólogo de su regla de la vida monástica, “Escucha,
hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón.” Inclina
el oído de tu corazón significa escuchar con cuidado y afección.
Por último, la hospitalidad es una
expresión del amor de dios. El Señor nos
da la bienvenida a su mesa cada domingo.
Él nos da la bienvenida como el padre corre a dar bienvenida al hijo
pródigo (Lucas 15:20). Su hijo Jesucristo
nos da un mandamiento nuevo para caminar en los pasos de dios. Él dice en San Juan, ``Un mandamiento nuevo
les doy: `que se amen los unos a los otros;' que como Yo los he amado, así
también se amen los unos a los otros” (Juan 13:34 NBH). La hospitalidad verdadera no es poner la mesa
perfecta para un huésped. La
hospitalidad verdadera simplemente es amar.
Es abrir nuestro
corazón a otra persona. La hospitalidad
verdadera deja las preocupaciones mundanas para enfocar hacia otra. La hospitalidad verdadera atienda las
necesidades físicas y espirituales.
Nosotros lo hacemos en vías grandes y pequeñas. Cuando nosotros abrimos nuestro corazón a
otra persona, no solamente llenamos el
mandamiento “que se amen los unos a los otros”, pero nosotros somos el amor de
Dios.
(Este
sermón fue dado en La Iglesia del Buen
Pastor, Durham, N.C., 21 de julio de 2013.)
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